miércoles, 6 de noviembre de 2013

La campana de cristal, Sylvia Plath








“(…) -¿Sabes lo que es un poema, Esther?
-No, ¿qué es? –decía yo.
-Un grano de polvo.
Entonces, cuando él comenzaba a sonreír y a mostrarse orgulloso, yo diría:
-También lo son los cadáveres que cortas. También lo es la gente a la que crees curar. Son polvo como el polvo mismo es polvo. Calculo que un buen poema dura mucho más que cientos de esas gentes juntas.
Y, por supuesto, Buddy no sabría qué responder porque lo que yo decía era cierto. (…)”

“(…) Mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento.
De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era E Ge, la extraordinaria editora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente.
Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies. (…)”

Anoto. Está dictando ilustraciones, está dictando sabores, está dictando sonidos, está componiendo con color y aristas. Entretanto raja la garganta mediante ecos de similitud. Un mes después, tres antes y el sucederse a destiempo que sólo refiere a éste como reprimenda, recuerdo de despojo. Reverbera sí, encierra, sí, agudo y constante.
Sólo me he atrevido a entresacar las ilustraciones dichas al dictado, el resto hubiera sido todo y aún una totalidad extrema. Asumo cobardía de selección.

“(…) Luego pensé que tal vez podría dejar los estudios por un año y aprender alfarería.
O trabajar para irme a Alemania y ser camarera hasta que fuese bilingüe.
Luego, un plan tras otro comenzaron a brincar por mi cabeza, como una familia de conejos dispersa.
Vi los años de mi vida dispuestos a lo largo de una carretera como postes telefónicos, unidos por medio de alambres. Conté uno, dos, tres… diecinueve postes telefónicos, y luego los alambres pendían en el espacio y por mucho que lo intentara no podía ver un solo poste más (…)”
“(…) El esquema de color de todo el sanatorio parecía estar basado en el hígado. Ebanistería oscura, brillante, sillas de cuerdo de tono tostado, paredes que una vez pudieron ser blancas pero que habían sucumbido a un mal de moho o humedad generalizado. Un linóleo pardo moteado cubría todo el suelo. (…) Por un minuto pensé que las paredes habían empezado a descargar la humedad que las saturaba. (…)Seguí a Buddy y el señor Willard me siguió a mí a través de un par de puertas batientes con láminas de brillo esmerilado a lo largo de un oscuro pasillo de color hígado, que olía a cera para pisos y a lisol y a otro olor más vago, como de gardenias marchitas(…)”

“(…) Al principio me preguntaba por qué la habitación parecía tan segura. Luego me di cuenta de que era porque no tenía ventanas. (…)Parecía tonto lavar un día cuando tendría que volver  a lavar al siguiente.
(…) Entonces vi que algunas de las personas en realidad se movían un poco, pero con gestos tan pequeños, como de pájaro, que al principio no lo había percibido. (…) Entonces mi mirada se deslizó por sobre la gente hasta la llamarada verde de más allá de las diáfanas cortinas, y me sentí como si estuviera sentada en el escaparate de una enorme tienda. Las figuras que me rodeaban no eran gente, sino maniquíes pintados para que parecieran gente y colocados en actitudes que imitaban la vida. (…)”
“(…) Cuanto más incurable se vuelve, más lejos lo esconden a uno. (…)”
“(…) Alrededor de la bandeja de esmalte volcada resplandecía una estrella de fragmentos de termómetros, y las bolitas de mercurio temblaban como rocío celestial.
-Lo siento –dije-. Fue un accidente.  (…) Me llevaron, con cama y todo, al viejo cuarto de la señora Mole, pero no antes de que yo hubiera recogido una pelotita de mercurio. (…)
Abrí los dedos como una niña con un secreto y sonreía a la esfera plateada pegada a mi palma. Si la dejaba caer, se rompería en un millón de diminutas réplicas de mí misma, y si las arrimaba unas a otras se fundirían, sin una grieta, nuevamente en un todo. (….)”

“(…) –Me pregunto con quién te casarás ahora, Esther. Ahora que has estado… (…) aquí. (…)”



La campana de cristal (1963), Sylvia Plath. Traducción de Elena Rius. Editorial Edhasa; Colección diamante. Marzo de 2008, España.

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