Necesito todos los lápices del mundo.
No hay suficiente tiempo
para los tiempos,
tengan estos los propietarios que merecen.
Leo a Cristián Piné. Lo leo y olvido que es un amigo. Leo a
Günter Grass y recuerdo que la deformidad es una ventaja, que la deformidad es
una excepción, que hay naturalezas y naturaleza, y que se es único, únicamente
y desde siempre. Leo a Piné y leo a Max Blecher y subrayo, subrayo tanto que se
me gastan las minas, se rompen de la fuerza, subrayo y les escribo encima, les
tacho casi su propio verso porque me están tirando las palabras hacia fuera, me
las están arrancando hacia fuera y me están diciendo que no, que todo lo que,
NO.
Me están salvando la vida. Los leo y tengo que ir a Luisa y
sus artilleros, los leo y tengo que refugiarme en Lorca cantado por Morante, y
se me duplican las letras porque me están rompiendo lanzas en el estómago y no
me da tiempo a decir y entonces entiendo que callar es un regalo que necesito.
Estoy siendo esterilidad simulada, lleno trocitos de papeles que luego pliego
en flores para arrugarlos y tirarlos a la basura, medio flores medio nada.
“Hay un principio de
azul – (anoto, azul alabastro)
En este paisaje
terrestre- (anoto, acantilados, precipicio, montaña, caída)
Y otro vindicador-
(Separo vin/di/ca/dor. Lo escindo en sílabas y taconeo)
Como un dedo amputado
Tan sólo ves una mujer
dando vueltas
Como un huso
Y copiando su delta
En el delta de las
aguas”
Max Blecher.
Blecher quiere que llegue a Luisa, Luisa está guardada junto
a un libro de símbolos, tengo que diseñar un logo, por varios pisos más arriba,
corre, acude, levanta y corre a por él. Pero yo quería escribir sobre Cristian,
yo quería escribir que Cristian está escribiéndome sin querer. Tienen que esperar Los hábitos del artillero.
No hay bilis, hay alimentos, no hay hambre y sin embargo ese
olor.
“Nadie quiere un malquerido
fémur
apoderándose del
vientre, después la boca,
un solo fémur ocupando
el espacio en que respiras
un cuerpo solo sin
querellas en la solidez (…)”
Cristian Piné
Qué hago escribiendo, yo, qué hago cuando me lo dais todo,
donde todos los espejos ya están retratados desde antes de nosotras. Siempre
nosotras y ahora nosotras sin saberte. No, nosotras sabiéndote, muriendo en
distintas latitudes, pero juntas. Qué hago escribiéndome yo, qué necesidad,
sólo quería dar las gracias, pero me han hecho escribirme y quisiera querer
borrarme, de nuevo, pero he gastado los borradores y los lapiceros y ya hay
tiempo para el agua y el aceite, y tú y yo nos lo merecemos. Ellas también,
pero tú y yo.
6 de julio, de 2014.
Otros seis y mi madre cumplen 55. No voy a poder hacerla feliz, ni
regalarle un perfume. Pensar la frase al
completo me asusta.
Desde hace unos meses me ha devorado, el caos
desde hace unos
meses he dedicado mis días a morderlos
tan continuamente
como se muerde la sábana que implica
las horas, pero no con ganas de
mantenerme debajo
dejando las cosas sucederse
sin mí
desde hace unos meses.
He dedicado mis mordiscos a la gana tanto que
no he podido
morder, ganar
la página de un libro,
morder o ganar
la calma de la compañía,
morder
la calma sola, la cama solamente una tortura
desde hace unos meses,
morder los días como si no supiera que llegan a pasar
y empiezan otros. Que llega mañana, mañana
otra vez.
21 de julio de dos
mil catorce
Estaba equivocada, la felicidad es otra cosa, los regalos
son
inesperada acción.
23 de julio. Ya es miércoles otra vez.
Que nadie te escuche susurrando
su nombre
de metal escondido en las entrañas,
que el ojo de buey cierre definitivamente sus puertas que
no pase más el agua ruidosa,
que no pase más
que nos morimos.
Hoy no has llamado, en cambio
conozco tu edificio como la palma de mi miedo.