martes, 21 de octubre de 2014

El jinete polaco de Antonio Muñoz Molina


El recuerdo de los recuerdos de otros. Un pueblo, Mágina, hecho de lenguaje. Varias generaciones que suceden al tiempo. La ensoñación en el presente de una pareja frente a un baúl de fotografías y los habitantes del pueblo, desdibujados entre canciones infantiles y leyendas. El soneto tembloroso del policía entumecido por la humedad y la vergüenza. El pesar atormentado del fotógrafo, Ramiro Ledesma, quien confundía e invertía vida y muerte bajo el cristal oscuro, y caminaba ebrio de Schubert por la oscuridad de Mágina, la revelación del rostro de la doncella muerta en la Casa de las Torres, la escala de la memoria anterior a lo anterior. El tiempo detenido en lo rural, la espera indeseada de la muerte en el sentarse indiferente, retraído, frente al televisor, el miedo a la muerte pese a la muerte en vida del que nada vive.
La novela estructurada en tres partes narra la vida de los antepasados de Manuel, el protagonista, en su primera parte, personajes callados, una madre asustada, un padre austero, las narraciones del abuelo en la guerra de Cuba, del bisabuelo volviendo del campo de concentración, la enjuta figura del médico Mercurio, la superstición, el deber y la vida reducida al campo. La segunda parte cuenta la adolescencia de Manuel, sus tardes en el Martos, el enamoramiento de la compañera de clase, el impulso de huir de Mágina, el sueño de vivir en todas las partes, de conocer todas las ciudades, la letra de las canciones donde guarecerse y en paralelo la vida de Nadia, su llegada a Mágina, la relación con su padre, el alejamiento, el primer desengaño amoroso, una noche en blanco en la memoria de Manuel, el grabado del jinete polaco adquirido por su padre, una narración introspectiva que termina en la tercera parte, en la vida de Manuel como traductor que vive yéndose de todos los lugares, la amistad con Felipe su amigo de infancia, el avanzar solo hacia ninguna parte y encontrarla a ella, Nadia, soñándola con otro nombre, rubia y desgarbada para encontrarla finalmente y entregarse entero a ella, poner un pasado en común, recuperar los recuerdos de esa noche perdida en la memoria donde la conoció veinte años atrás sin salir de Mágina para volverla a encontrar, la pasión, no observar la posibilidad de seguir sin el otro. La muerte de su abuela, la separación, la conciencia del tiempo, el reencuentro final que promete una vida en común, el viaje que desemboca finalmente en ellos dos, plenos.

jueves, 11 de septiembre de 2014

El tambor de hojalata, Günter Grass



Hay mundos anacrónicos que sin embargo están plagados de historia y referencias, pero se elevan sobre ese momento histórico que les sucede, casi por accidente, para narrarse más allá de todo lo conocido, más cerca y más extraordinario que lo pensable como tal. Son libros fronterizos, entre la cordura y la evidente locura que inunda desde la sintaxis hasta el orden que los forma, que riza personajes y los recupera conforme pasa la acción y crean un clima único, un libro único que pasa a formar parte de lector, a co-formarlo en suerte de algún otro tipo de persona que no era antes y que no volverá a ser.
Hablo del Tambor de Hojalata, lectura hoy desmembrada de su tiempo y más actual en sus vinculaciones de lo que la literatura actual pudiera soñar. Lectura densa en parte, pero magnífica en su conjunto.
Donde todo el libro es otra cosa diferente al libro, todo un mundo que es otro mundo, otra mente, otra perspectiva, desde la deformidad alcanza lo mutable hasta lo insospechado y te adentra en la sintaxis y en la voz del que parece loco y sin embargo.
La enajenación toma aquí todo el esplendor, las figuras familiares resultan anodinas y cálidas, llenas de errores que las engrandecen, lleno de tránsitos imposibles de calcular. Alternando la voz y la persona crea una voz única que hace de Oscar uno de los personajes más únicos, maníacos y desagradables con los que el lector puede comunicar. Sea esta una crítica absurda de una mano lenta que lleva tiempo solamente leyendo este libro, trasladándose por él, encontrando la celebración de los colores y la transformación de las formas como una revelación en cuanto a mi momento actual, teñido de amarillo ocre y olor a cebolla, de estreno de cáncer y de estreno de mundo tras perder el mundo. Dejo, a continuación, algunos pasajes del libro que pueden decir más por mí que la mayoría de lo que intente yo construir a continuación. Después de esta lectura sufro de un momento estéril, acaso embebida de artificio, enferma de su letra, construida ahora sobre el cuerpo deforme del libro, por la enfermedad del libro, por el libro todo. Cedo ahora, algunos pasajes que en esta lectura de dos meses me han fascinado, enaltecido, devuelto a este amarillo casa que me obsesiona, a este teñir la vida como cantando.

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“Soy huésped de un sanatorio. Mi enfermero me observa, casi no me quita la vista de encima; porque en la puerta hay una mirilla; y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que no puede penetrar en mí, de ojos azules. Por eso mi enfermero no puede ser mi enemigo.”
(...)
Una vez por semana, el día de visita viene a interrumpir el silencio que tejo entre los barrotes de metal blanco. Vienen entonces los que se empeñan en salvarme, los que encuentran divertido quererme, los que en mí quisieran apreciarse, restarse y conocerse a sí mismos.”


“En el dormitorio, que daba al patio del edificio de cuatro pisos, dominaba el amarillo. Créanmelo: el baldaquín de la ancha cama conyugal era azul claro, y en la cabecera, en una luz azul clara, se veía tendida en una cueva a la Magdalena arrepentida, enmarcada con su cristal, en color de carne natural, suspirando hacia el borde superior derecho y tapándose el pecho con tantos dedos, que siempre había que contarlos de nuevo para cerciorarse de que no eran más de diez. Frente al lecho conyugal, el ropero laqueado en blanco con sus puertas provistas de espejos; a la izquierda, un tocadorcito, y a la derecha una cómoda con cubierta de mármol; colgando del techo, pero no con pantalla como la del salón, sino con dos brazos de latón a los que bajo sendas copas de porcelana ligeramente rosada estaban fijadas las bombillas, de modo que permanecían visibles esparciendo su luz, la lámpara del dormitorio.”

“(...)Bebía porque le gustaba en todo ir hasta el fondo de las cosas, y así también en materia de alcohol. Nadie vio nunca que Gregorio Koljaiczek, en todos los días de su vida, dejara una copita a medio vaciar.(...)”

“(...)Hoy me he pasado la mañana tocando el tambor, haciéndole preguntas, queriendo saber si las bombillas de nuestro dormitorio eran de cuarenta o de sesenta vatios. No es ésta la primera vez que me pregunto a mí mismo y le pregunto al tambor esto que es para mí tan importante. A menudo se pasan horas antes de que logre remontarme hasta dichas bombillas. Porque, ¿no necesito acaso olvidar los mil manantiales luminosos que al entrar o salir de alguna habitación he animado o extinguido respectivamente, encendiéndolos o apagándolos, a fin de poder remontarme, a través de un bosque de cuerpos luminosos normalizados y tocando el tambor sin el menor floreo, hasta aquellas luces de nuestro dormitorio en el Labesweg? Mamá dio a luz en la casa.(....)”
“(...)fue el ruido que se producía entre la mariposa y las bombillas. La mariposa parloteaba sin cesar, como si tuviera prisa por vaciarse de su saber, como si no debiera tener ya más ocasión de futuros coloquios con las bombillas, como si el diálogo entablado con ellas hubiera de ser su última confesión y, una vez obtenido el género de absolución que suelen dar las bombillas, ya no hubiera más lugar para el pecado y la ilusión. Y hoy Óscar dice simplemente: la mariposa tocaba el tambor.(...)”

Ocurre en los siguientes fragmentos la fascinación por la fotografía, la imagen instantánea, invertida, tantas veces pensada, tan naturalizada aquí hacia la náusea, tan inocente hoy que todo es fotografía, que todo es instantáneo, que todo es invertido y en ello encontramos orgullo e inmediatez, discurso cerrado, contenido suficiente, máscara tras máscara, objeto y objetivo.

“¡Oh, tú, hombre entre instantáneas, entre fotos sorpresa y fotos al minuto! ¡Hombre a la luz del magnesio, erecto ante la torre inclinada de Pisa; hombre del fotomatón, que has de dejar iluminar tu oreja derecha para que la foto sea digna del pasaporte! Dramas aparte, tal vez dicho infierno resulte de todos modos soportable, porque las impresiones peores son aquellas que sólo se sueñan, pero no se hacen, y si se hacen, no se revelan.”

“(...)Después de la guerra la cosa cambia. Los hombres tienen todos un aire de reclutas, y ahora son las mujeres las que saben adaptarse al marco, las que tienen motivo para mirar seriamente y que, aun cuando sonríen, no pretenden esconder el empaste del dolor que han aprendido.(...)”


“(...)a partir de mi tercer aniversario, ya no crecí ni un dedo más; me quedé en los tres años, pero también con una triple sabiduría; superado en la talla por todos los adultos, pero tan superior a ellos; sin querer medir mi sombra con la de ellos, pero interior y exteriormente ya cabal, en tanto que ellos, aun en la edad avanzada, van chocheando a propósito de su desarrollo; comprendiendo ya lo que los otros sólo logran con la experiencia y a menudo con sobradas penas; sin necesitar cambiar año tras año de zapatos y pantalón para demostrar que algo crecía. Con todo —y aquí Óscar ha de confesar algún desarrollo—, algo crecía, no siempre por mi bien, y acabó por adquirir proporciones mesiánicas.(...)”


“(...)pues la tristeza es ya inobjetiva de por sí, por lo menos la mía, y la de Klepp no se dejaba derivar de algo concreto y revelaba, precisamente en su falta casi jovial de objetividad, una fuerza que nada era capaz de atenuar. Si existía algún modo de familiarizarnos con nuestra tristeza, ello sólo resultaba posible contemplando las fotos, porque en aquellas instantáneas en serie nos veíamos a nosotros mismos, si no distintos, sí por lo menos pasivos y neutralizados, y eso era lo importante.(...)”

“(...)Ángulo de inclinación del cuello, un triángulo escaleno; procedí a translaciones paralelas, a equivalencias forzadas, a curvas que se cortaban significativamente más allá, o sea en el follaje de la trepadora, y daban un punto; porque yo buscaba un punto, creía en un punto y necesitaba un punto: punto de referencia, punto de partida(...)”

Entra en juego el carácter mesiánico, vitricida, la maldad que le separa de sí y le constituye en sí de una forma maravillosa, donde la enajenación es la perfección del yo contradictorio, del yo cambiante, del yo y el no yo.

“(...)Tenía la condición de poder romper el vidrio cantando: con un grito mataba los floreros; mi canto rompía los cristales de las ventanas y provocaba en seguida una corriente; cual un diamante casto, y por lo mismo implacable, mi voz cortaba las cortinas, y sin perder su inocencia, se desahogaba en su interior con los vasitos de licor armoniosos, de noble porte y ligeramente polvorientos, regalo de una mano querida. (...)”

“(...)Sólo el jugador destruye por gusto(...)sólo el vidrio me oía y por oírme pagaba.(...)”


“(...)Tal vez el reloj sea, en efecto, la realización más extraordinaria de los adultos. Pero sea ello como quiera, es lo cierto que los adultos, en la misma medida en que pueden ser creadores —y con aplicación, ambición y suerte lo son sin duda—, se convierten inmediatamente después de la creación en criaturas de sus propias invenciones sensacionales. Por otra parte, el reloj no es nada sin el adulto. Él es, en efecto, quien le da cuerda, lo adelanta o lo atrasa, lo lleva al relojero para que lo limpie y en su caso lo repare. Y es que, lo mismo que en el canto del cuclillo cuando parece durar menos de lo debido, y que en el salero que se vuelca, en las arañas por la mañana, en el gato negro que nos sale al encuentro por la izquierda, en el retrato al óleo del tío que se cae de la pared porque el clavo se aflojó al hacer la limpieza, los adultos ven también en el espejo, en el reloj y detrás del reloj mucho más de lo que éste representa en realidad.(...)”


“(...)Todo el inventario de la habitación de panaderos de los Scheffler en el Kleinhammerweg me ofendía. Aquellas carpetitas de adorno, los cojines bordados con escudos de armas, las muñecas a la Käthe-Kruse al acecho en los ángulos de los sofás, animales de trapo por todas partes, porcelana que clamaba por un elefante, recuerdos de viajes en todas direcciones, labores en curso de ejecución: de ganchillo, de tejido, de bordado, de trenzado, de anudado, de bolillo y orlas de puntilla. A este interior tan empalagosamente mono, tan deliciosamente hogareño, minúsculo hasta la asfixia, sobrecalentado en invierno y envenenado con flores en verano, sólo alcanzo a encontrarle una explicación, a saber: Greta Scheffler no tenía hijos(...)”

“(...)era domingo en todas partes. Cuando, siguiendo el paseo que bordea la costa, fuimos a pie a Zoppot, el domingo nos salió al encuentro, y Matzerath hubo de pagar las entradas de todos.(...)”

“(...)El tambor ya lo tenía yo en posición. Con celestial soltura hice moverse los palillos en mis manos e, irradiando ternura desde las muñecas, imprimí a la lámina un alegre y cadencioso ritmo de vals, cada vez más fuerte, evocando Viena y el Danubio, hasta que, el primero y el segundo tambor lansquenetes se entusiasmaron con mi vals, y también los tambores planos de los muchachos mayores empezaron como Dios les dio a entender a adoptar mi preludio. Claro que entre ellos no dejaba de haber unos cuantos brutos, carentes de oído musical, que seguían haciendo bumbum, bumbumbum, cuando lo que yo quería era el compás de tres por cuatro, que tanto le gusta al pueblo. Ya casi estaba Óscar a punto de desesperar, cuando de repente cayó sobre la charanga la inspiración, y los pífanos empezaron, ¡oh Danubio!, a silbar azul. Sólo el jefe de la charanga y el de la banda de tambores seguían sin creer en el rey del vals y con sus inoportunas voces de mando; pero ya los había yo destituido; no había ya más que mi música. Y el pueblo me lo agradecía. Empezaron a oírse risotadas delante de la tribuna, y ya algunos me acompañaban entonando el Danubio, y por toda la plaza, hasta la Avenida Hindenburg, azul, y hasta el Parque Steffen, azul, iba extendiéndose mi ritmo retozón, reforzado por el micrófono puesto a todo volumen sobre mi cabeza. Y al espiar por el agujero del nudo hacia afuera, sin por ello dejar de tocar mi tambor con entusiasmo, pude apreciar que el pueblo gozaba con mi vals, brincaba alegremente, se le subía por las piernas: había ya nueve parejas, y una más, bailando, aparejadas por el rey del vals. Sólo Löbsack, que, rodeado de altos jefes y jefes de secciones de asalto, de Forster, Greiser y Rauschning, y con una larga cola parda de elementos del estado mayor, hervía entre la multitud, y ante el cual la callejuela frente a la tribuna amenazaba con cerrarse, sólo a él parecía no gustarle, inexplicablemente, mi ritmo de vals. Estaba acostumbrado, en efecto, a que se le promoviera hacia la tribuna al son de alguna marcha rectilínea, y hete aquí que ahora unos sonidos insinuantes venían a quitarle su fe en el pueblo.
(....)
El pueblo se fue bailando del Campo de Mayo, después de dejarlo bien pisoteado aunque verde aún y, desde luego, completamente vacío. El pueblo, con Jimmy the Tiger, se fue perdiendo por los vastos jardines del Parque Steffen. Porque allí se ofrecía la jungla prometida por Jimmy, allí los tigres andaban sobre patas de terciopelo: un sustituto de selva virgen para aquel pueblo que poco antes se agolpaba en el prado. La ley y el sentido del orden desaparecieron con las flautas.(...)"

Sea éste el fragmento que comenzó mi esterilidad, para devolverme a este miedo del color que me termina el verano y me encoge, en amarillo cáncer, en blanco sucio de cárcel, en rojo insuficiente y antiguo.

“(...)Era el blanco limpio y almidonado de su uniforme de enfermera, la ingrávida armazón de su cofia, el broche sencillo adornado con la Cruz Roja lo que daban reposo a mi mirada y a mi corazón, de vez en cuando agitado, de tambor. ¡Cómo me gustaba poder observar la caída siempre renovada de los pliegues de su uniforme de enfermera! ¿Tendría un cuerpo bajo la tela? Su cara, que iba envejeciendo, y sus manos, huesudas a pesar de todos los cuidados, la descubrían sin embargo como mujer. Pero olores que revelaran una consistencia corpórea como la de mamá, por ejemplo, cuando Jan o aun Matzerath la descubrían ante mí, de ésos no los desprendía la señorita Inge. Olía más bien a jabón y a medicamentos soporíferos. ¡Cuántas veces no me sentí invadir por el sueño, mientras ella auscultaba mi cuerpecito que se suponía enfermo! Un sueño ligero, un sueño surgido de los pliegues de tela blanca, un sueño envuelto en ácido fénico, un sueño sin sueño, a menos que, qué sé yo, que a lo lejos, por ejemplo, su broche fuera agrandándose hasta convertirse en un mar de banderas, en una puesta de sol en los Alpes, en un campo de amapolas, maduro para la revuelta, ¿contra quién?, qué sé yo: pieles rojas, cerezas, sangre de la nariz; contra las crestas de los gallos, o los glóbulos rojos a punto de concentración, hasta que un rojo acaparador de la vista entera se convertía en fondo de una pasión que, entonces como hoy, es tan comprensible como imposible de definir, porque con la palabreja rojo nada se ha dicho todavía, y la sangre de la nariz no la define, y el paño de la bandera cambia de color, y si a pesar de todo sólo digo rojo, el rojo no me quiere, vuelve su manto del revés: negro, viene la Bruja Negra, el amarillo me asusta, azul me engaña, azul no lo creo, no me miente, no me hace verde: verde es el ataúd en el que me apaciento, verde me cubre, verde soy yo y, si sol verde, blanco: el blanco me hace negro, el negro me asusta amarillo, el amarillo me engaña azul, el azul no lo quiero verde, el verde florece en rojo, rojo era el broche de la señorita; llevaba una cruz roja y la llevaba, exactamente, en el cuello postizo de su uniforme de enfermera. Pero era raro que yo me atuviera a ésta, la más monocroma de todas las representaciones; y así también en el armario.

“(...)Hoy ya sé que todo nos espía, que nada pasa inadvertido y que aún el papel pintado de las paredes tiene mejor memoria que los hombres. Y no es el buen Dios el que lo ve todo. No, una silla de cocina, una percha, ceniceros a medio llenar o la imagen de una mujer llamada Níobe bastan para proporcionar de todo acto un testimonio imperecedero.(...)”


“(...)La adoración de un tarro: Yo adoro. ¿Cuál yo? ¿Óscar o yo? Yo, con fervor; Óscar, distraídamente. Yo, fervorosamente, sin temor a flaquezas ni repeticiones. Yo, vidente, porque carezco de memoria. Óscar, vidente, porque está lleno de recuerdos. Frío, ardiente, caliente, yo. Culpable a petición. Inocente sin demanda. Culpable por haber sucumbido porque, me hice culpable aun cuando, me disculpé de, sacudí en, me abrí paso a mordiscos a través de entre, me mantuve libre de, me reí de sobre, lloré para antes sin, blasfemé de palabra, me callé blasfemando, no hablo, no callo, oro. Adoro. ¿Qué? El vidrio. ¿Qué vidrio? El tarro. ¿Qué conserva el tarro? El tarro conserva el dedo. ¿Qué dedo? El anular. ¿De quién? De una rubia. ¿Qué rubia? Estatura mediana. ¿Mide un metro sesenta? Mide un metro sesenta y tres. ¿Señas particulares? Una peca. ¿Dónde? Antebrazo interior. ¿Derecho, izquierdo? Derecho. ¿Cuál anular? Izquierdo. ¿Prometida? Sí, pero soltera. ¿Confesión? Protestante. ¿Virgen? Virgen. ¿Nacimiento? No sé. ¿Cuándo? En Hannover. (....)”

miércoles, 23 de julio de 2014

Lectura a tres voces, escritura a mil caras.


Necesito todos los lápices del mundo.
No hay suficiente tiempo
para los tiempos,
tengan estos los propietarios que merecen.

Leo a Cristián Piné. Lo leo y olvido que es un amigo. Leo a Günter Grass y recuerdo que la deformidad es una ventaja, que la deformidad es una excepción, que hay naturalezas y naturaleza, y que se es único, únicamente y desde siempre. Leo a Piné y leo a Max Blecher y subrayo, subrayo tanto que se me gastan las minas, se rompen de la fuerza, subrayo y les escribo encima, les tacho casi su propio verso porque me están tirando las palabras hacia fuera, me las están arrancando hacia fuera y me están diciendo que no, que todo lo que, NO.
Me están salvando la vida. Los leo y tengo que ir a Luisa y sus artilleros, los leo y tengo que refugiarme en Lorca cantado por Morante, y se me duplican las letras porque me están rompiendo lanzas en el estómago y no me da tiempo a decir y entonces entiendo que callar es un regalo que necesito. Estoy siendo esterilidad simulada, lleno trocitos de papeles que luego pliego en flores para arrugarlos y tirarlos a la basura, medio flores medio nada.

“Hay un principio de azul – (anoto, azul alabastro)
En este paisaje terrestre- (anoto, acantilados, precipicio, montaña, caída)
Y otro vindicador- (Separo vin/di/ca/dor. Lo escindo en sílabas y taconeo)
Como un dedo amputado
Tan sólo ves una mujer dando vueltas
Como un huso
Y copiando su delta
En el delta de las aguas
Max Blecher.

Blecher quiere que llegue a Luisa, Luisa está guardada junto a un libro de símbolos, tengo que diseñar un logo, por varios pisos más arriba, corre, acude, levanta y corre a por él. Pero yo quería escribir sobre Cristian, yo quería escribir que Cristian está escribiéndome sin querer.  Tienen que esperar Los hábitos del artillero. 
No hay bilis, hay alimentos, no hay hambre y sin embargo ese olor.

“Nadie quiere un malquerido fémur
apoderándose del vientre, después la boca,
un solo fémur ocupando el espacio en que respiras
un cuerpo solo sin querellas en la solidez (…)”
Cristian Piné


Qué hago escribiendo, yo, qué hago cuando me lo dais todo, donde todos los espejos ya están retratados desde antes de nosotras. Siempre nosotras y ahora nosotras sin saberte. No, nosotras sabiéndote, muriendo en distintas latitudes, pero juntas. Qué hago escribiéndome yo, qué necesidad, sólo quería dar las gracias, pero me han hecho escribirme y quisiera querer borrarme, de nuevo, pero he gastado los borradores y los lapiceros y ya hay tiempo para el agua y el aceite, y tú y yo nos lo merecemos. Ellas también, pero tú y yo. 




6 de julio, de 2014. Otros seis y mi madre cumplen 55. No voy a poder hacerla feliz, ni regalarle  un perfume. Pensar la frase al completo me asusta.

Desde hace unos meses me ha devorado, el caos
desde hace unos
meses he dedicado mis días a morderlos
tan continuamente
como se muerde la sábana que implica
las horas, pero no con ganas de
 mantenerme debajo dejando las cosas sucederse
sin mí
desde hace unos meses.
He dedicado mis mordiscos a la gana tanto que
no he podido
morder, ganar
la página de un libro,
morder o ganar
la calma de la compañía,
morder
la calma sola, la cama solamente una tortura
desde hace unos meses,
morder los días como si no supiera que llegan a pasar
y empiezan otros. Que llega mañana, mañana
otra vez.

21 de julio de dos mil catorce

Estaba equivocada, la felicidad es otra cosa, los regalos son
inesperada acción.

23 de julio. Ya es miércoles otra vez.

Que nadie te escuche susurrando
su nombre
de metal escondido en las entrañas,
que el ojo de buey cierre definitivamente sus puertas que
no pase más el agua ruidosa,
que no pase más
que nos morimos.
Hoy no has llamado, en cambio
conozco tu edificio como la palma de mi miedo. 

martes, 24 de junio de 2014

Agenda Magenta. Exposiciones #Visita DF

Mi metro cuadrado, yoísmos.


Que no vemos, que no
sentimos, que a veces nos amamos, que hay abismos
y gatos y calles
de adoquines inciertos, y no se debe salir
nunca
sin una botella de agua y un abanico cuando vengas
a Madrid.















A veces la suerte le acompaña a uno, otras uno se encuentra embebido de esa suerte, embriaguez innecesaria cuando el azúcar no funciona del todo como debería.
No sé si he comentado alguna vez que se me escapa el cuerpo por la boca. Sólo hay que verme, un ratito y mucho tiempo o poco, no hace falta que sea continuado, no señor.

Yo me alimento, no crean, si hay que comer chorizo ahí voy, bien armada con un pan en una mano y una servilleta para limpiarme el sudor en la otra, porque, señores, la educación no debe perderse comiendo, así sea el manjar último de nuestra cultura ibérica -y con esto me refiero al jamón, pero manda el bolsillo.


En cualquier caso no era este el tema -el de la grasa ibérica- el que venía yo a tratar, yo venía a hablar de mi liebre, que no es sino el libro de la casualidad. Causalidad quizá, los límites son tan indiscretos que permutan los conceptos como Pedro por su casa, que es la de todos.

Amén y premisa de una experiencia de mano de María, de Agenda Magenta, como reina consorte de una propuesta excelente llevada sobre más de una espalda en donde me encontré, aun sin saber cómo o por qué; yo iba a hablar con María -hecho pendiente que debemos cuadrar en la agenda, la suya y no la magenta-  y me había visto de pronto en un pre-recorrido tentativo de lo actualmente propuesto como ruta, variable, recorrido que mi cuerpo escaso de lozanía sólo pudo atisbar.

Pero qué vistazo.Qué luz y en tanta cantidad.

La propuesta- que puede disfrutarse en estos días de aciago temporal y escasez de sitios donde guardarse de un sol desalmado- nos trae un itinerario entre las galerías cultivadas a la sombra del Reina Sofía, en la calle Doctor Fourquet.

Nuevo lugar de lugares, añejo de cultivo joven y barrica sabia, con la diabladura del viejo, donde un conjunto de espacios- llámense galerías, llamemos mejor escaparates- se coordinan al tiempo para coincidir en los horarios de apertura y cierre en el día a día, así como inicio y fin de los distintos artistas propuestos en cada espacio, comisariados o desdoblados a la avidez del artista entero.

Con sangrados y sin sanguinas iniciamos el recorrido en la Galería Bacelos, dónde hasta el 26 de julio se puede disfrutar de todo un ejercicio expositivo para volver grotesco al más pintón, porque ,señores, los reflejos engañan y arañan como resume maravillosa y exultante la exposición de Lúa Coderch, La parte que falta.

Una artista a la que le sobran comisarios, una artista que decide (propone, adecua) nuestro recorrido,-sea este más revelador, sea más opaco- cuya instalación pone un eco en cada elemento por reducido y sutil que este sea. Una artista que habita las aristas. Nada más y todo ello.

Hecho o esencia que nos rodea, que nos abraza y traslada a otras maneras de acercamiento, a otro movimiento dirigido, esta vez, por la presencia de lo ausente.

Tan dolorosa como las piezas, primero pisadas, luego ignoradas y finalmente expuestas -altura de la mirada- que desafían nuestra percepción cuando jugamos, sí, cuando jugamos con sus lindes. Y todo ello desde la suavidad del envés hasta el reflejo de la arista en el marco escrito, hasta las palabras sobrevolando su propio lugar, desde el sonido que imita, la mímesis del mimo que cose y enhebra cabellos ora blancos, luego negros tinte pez.


Aún me he dejado parte de mi cuerpo en aquél día, en esa sola sala de un recorrido que prometía un ritmo que no tolero y cuya intención y directriz espero poder realizar, más pronto que tarde y a buena hora, porque el verano en Madrid vuelve a rehacerse y tengo que recuperar los truenos de memoria que dejé allí, para poder componer el marco de nuevo, y reconstruir mis sombras.


Y qué más da lo que digan los demás, de qué, sentir, qué tesis, que sí, que compro la experiencia, que la quiero volver a vivir, que la experiencia expide, que es memorable y deja un olor a estanco, a añejo y a madera nueva sin tratar. Así, entre esos abismos, se sostiene una propuesta que baila y se burla de los grandes centros que la rodean, escondida en una luminosa galería, presa pero libre, sencillamente en su lugar, tomando la distancia adecuada.


lunes, 16 de junio de 2014

Mi itinerario de lectura es particular

Mi itinerario lo conforman múltiples personas, hermanas de cerca y de las periferias.
Mi itinerario de lectura es particular, aunque llueve y se moja, y a veces se enquista en moho porque crece de adicciones no leídas, de títulos que compro por la sospecha, títulos que me ofrecen todo y casi todo además de lo pensado.

Si hay algo que puede elogiarse de esta época es lo instantáneo.
Leer y poder leer, leer y poder decir: estoy y estoy leyendo.
Creo que me sería imposible enumerar esas hermanas de ojos abiertos, de pulso parejo, de idéntico, táctil, contrario, contradictorio. Por dónde empezar.
Hay nombres que llevan, mujeres y hombres, nombres propios que llevan mucho, tanto tiempo en mi recorrido que creo que podría escribir para ellos, solamente, sin decir nada, sin que haya necesidad de referir cuestiones insólitas o perecederas, porque trabajan esto, lo efímero, y sobre ello no necesitan sino sobrevolar, mirar un poco, sobrecogerse, su firma la tienen demasiado grabada, con sabor a hierro. Son gentes de altos vuelos y constantes bajas.

Hay hombres visibles y los que se queman y tienen que desplegarse varias sombrillas, ir saltando entre los reflejos, los visibles son tan fuertes como estos, porque además pisan lo absurdo, lo apartan, pero nunca olvidan. Nunca, ni los unos ni los otros, cada tic recibido entre inclemencias temporales, porque la electricidad deja huella y tatúa.

Quiero llenar esto de nombres pero se me aturulla la garganta de cariño, de complicidad, de lejanía y de incomprensión, todo a la vez.
Debo escribir más despacio, debo y he de reeditar esto, con imágenes, las nuestras, también la de los muertos, porque para decirte como leer solo tienes que leer a quien a leído amando las palabras.























Las lecturas son las que leemos, las que queremos, las que aún no he fotografiado, las que tienen pendiente una reseña ya escrita, las que se rechazan, tan importantes, tan dóricas, como las aceptadas. Faltan los importantes. Para esos quiero una mesa, quiero todo el suelo de un estadio, quiero toda la vista aérea posible porque sí, porque vuelan. A cada uno de ellos espero hacerle su estadio, su edificio, su post, devolver el regalo de su lectura, con su lectura recitada. A todos ellos. Pero el tiempo, ay. El tiempo. 

Miscelánea






A veces leer es leerse.

viernes, 3 de enero de 2014

Una habitación propia u otros ensayos. Versión E-book. Virginia Woolf.

 Una habitación propia y otros ensayos. WOOLF, Virginia. (I)

Una habitación propia y otros ensayos de Virginia Woolf con prólogo de Federico Patán, con la selección de los siguientes ensayos: La muerte de la polilla, El viejo Bloomsbury, Una habitación propia (tercer y cuatro capítulo), La vida y el novelista, La narrativa moderna, El punto de vista ruso, Defoe, Jane Eyrne y Cumbres borrascosas, Los cuentos de fantasmas de Henry James, Joseph Conrad, Las novelas de E.M.Forster, Un ensayo de crítica.((II) a destriopar aún.

“(…) También las cornejas se dedicaban a una de sus festividades anuales; planeando sobre las copas de los árboles hasta simular que una red vasta, hecha con miles de nudos negros, había sido lanzada al aire; la cual, tras algunos momentos, se hundía lentamente en los árboles, hasta que cada rama parecía tener un nudo negro en la punta(…)

(…)la polilla, en plena agitación, de un lado al otro del cuadrado formado por el panel de la ventana. Era imposible no observarla. Se estaba, de hecho, consciente de un extraño sentimiento de piedad por ella. Esa mañana las posibilidades de gozo parecían tan enormes y tan variadas, que sólo tener en la vida el papel de polilla, y encima de una polilla diurna, sonaba a un destino duro, como patético era su celo de disfrutar en plenitud esas magras oportunidades. Volaba con energía hasta una esquina de su compartimento y, tras aguardar allí un segundo, hacia la opuesta. ¿Qué le quedaba sino volar hasta la tercera esquina y luego la cuarta? Era lo único que podía hacer a pesar del tamaño de las colinas, la anchura del cielo, el humo lejano de las casas y, de vez en cuando, la voz romántica de un vapor allá en el mar. Lo que podía hacer lo hacía. (…)

(…)Se es proclive a olvidarse de la vida, viéndola encorvada y dominada y aderezada y oprimida de modo tal que ha de moverse con la mayor circunspección y dignidad. (…)”
Fragmentos del ensayo La muerte de la polilla.

“(…) Una sociedad de sodomitas tiene muchas ventajas, si se es mujer. Es sencilla, es honesta, en algunos sentidos nos hace sentir, según lo anoté, cómodas. Pero tiene sus defectos; con los sodomitas no se puede, según lo expresan las gobernantas, insinuarse. Algo queda suprimido, ahogado todo el tiempo. Ocurre que ese insinuarse, el cual no necesariamente significa copular y no del todo estar enamorado, es uno de los grandes deleites, una de las grandes necesidades de la vida. Sólo entonces cesa todo esfuerzo, se deja de ser honesto, se deja de ser listo. Se burbujea hasta llegar a una absurda y deleitosa efervescencia de agua de soda y champaña, a través de la cual se ve al mundo teñido con todos los colores del arco iris. (…)”

Fragmento perteneciente al ensayo El viejo Bloomsbury.

(…)Porque la ficción, es decir la obra de imaginación, no es lanzada contra el suelo como un guijarro, lo que tal vez sí ocurre con la ciencia; la ficción es como la tela de una araña, acaso sostenida del modo más ligero imaginable, y sin embargo sostenida de la vida por los cuatro costados. A veces tal vinculación es apenas perceptible. (…)

(…) desde el inicio de los tiempos las mujeres han ardido como faros en todas las obras de todos los poetas (…)

(…) algún tipo de genio debe haber existido entre las mujeres, como debe haber existido en las clases trabajadoras. De vez en cuando una Emily Brontë o un Robert Burns surgen como un flamazo y certifican su presencia. Pero es seguro que nunca llegaron a ser noticia impresa. (…)

(…)Llevar una vida libre en el Londres del siglo XVI habría significado para una mujer que fuera poeta y dramaturga, un estrés nervioso y un dilema que bien hubieran podido matarla. De haber sobrevivido, cualquier cosa que hubiera escrito habría quedado retorcida y deformada, por salir de una imaginación violentada y mórbida. Y sin duda, pensé mirando el estante donde no hay dramas escritos por mujeres, su obra habría aparecido en forma anónima. (…)

(…) ¿Cuál es el estado mental más propicio al acto de la creación? ¿Puede uno hacerse de alguna noción sobre el estado que estimula y hace posible esa extraña actividad? (…)

(…) Y se deduce de esa enorme literatura moderna confesional y de autoanálisis que escribir una obra de genio es, casi siempre, una proeza de dificultad prodigiosa. Todo se opone a la posibilidad de que surja de la mente del escritor íntegra y completa. Por lo general están en su contra circunstancias materiales. Los perros ladran, la gente interrumpe, es necesario ganar dinero, la salud falla. Más aún, para acentuar todas esas dificultades y volverlas más duras de soportar, está la notoria indiferencia del mundo. No le pide a la gente que escriba poemas y novelas e historias; no las necesita. No le importa si Flaubert halla la palabra adecuada o si Carlyle verifica escrupulosamente este o aquel hecho. Claro, no pagará por lo que no desea. De esta manera el escritor -Keats, Flaubert, Carlyle-sufre, en especial en los años creadores de la juventud, toda suerte de distracción y descorazonamiento. (…)

(…) es hora ya de que se mida el efecto del descorazonamiento en la mente del artista, como he visto que las compañías lecheras miden los efectos de la leche común y corriente y de la clase A en el cuerpo de las ratas. (…)

(…)el genio debe desentenderse de tales opiniones; que el genio debe estar por encima de lo que se diga de él. Por desgracia, son los hombres y las mujeres de genio quienes más se interesan en lo que se dice de ellos. (…)”

Fragmentos del ensayo Una habitación propia, tercer capítulo.

“(…)El dinero dignifica aquello tomado por frívolo si no se lo paga. (…)

“(…) Pues las obras maestras no son nacimientos únicos y solitarios, sino el resultado de muchos años de pensamiento en común, de ese pensamiento surgido de la totalidad de la gente, de modo que la experiencia de la masa se encuentra tras la voz singular. (…)”

“(…)¿Quiénes me culpan? Muchos sin duda, y me llamarán descontenta. No podía evitarlo: en mi naturaleza estaba el desasosiego, que a veces me agitaba hasta el dolor... (…)”Anoto: el desasosiego ahoga. Si uno piensa en quien se ahoga, sufra un atraganto o no haya aprendido a respirar dentro de un contexto- ahogo de ansia de adaptación por falta de adaptación- se imprime el movimiento de la desesperación, nadie se ahoga quieto sino que el impulso es trepar para lograr aire. Ahogarse no es dejarse ir, es no saber cómo moverse para lograr aire, para obtener el propio auto respeto.

(…)En los párrafos que cité de Jane Eyre queda claro que la rabia interfería con la integridad de Charlotte Brontë la novelista. Abandonó su historia, a la cual debía su entera devoción, para atender alguna queja personal. (…)”
 Fragmentos del ensayo Una habitación propia, cuarto capítulo.


“(…)Aplicado a las personas, ese mismo método da los mismos resultados. Se agrega una cualidad a otra, un hecho a otro, hasta que cesamos de discriminar y nuestro interés queda sofocado bajo una plétora de palabras. (…)La tarea de un escritor es tomar una cosa y dejarla representar veinte, tarea peligrosa y difícil. Pero sólo así queda liberado el lector del amontonamiento y confusión de la vida y marcado eficazmente con ese aspecto particular que el escritor desea presentarnos.

(…)Para sobrevivir, cada oración debe tener, en su núcleo, una chispita de fuego y ésta, no importando el riesgo, debe arrancarla el novelista con sus propias manos de la fogata. (…)”

Fragmentos entresacados del ensayo La vida y el novelista

“(…)En el caso del señor Wells, se aparta notablemente del hito. Pero incluso en él muestra a nuestro pensamiento la amalgama fatal de su genio, el enorme grumo de yeso que consiguió mezclarse con la pureza de su inspiración. (…)
(…) ¿qué si la vida se rehusa a vivir aquí? Es un riesgo que bien pueden presumir de haber superado el creador de The Old Wives' Tale (Cuento de viejas), George Cannon, Edwin Clayhanger y multitud de otras figuras; Sus personajes tienen vida en abundancia e, incluso, inesperada, pero queda por preguntar ¿cómo viven y para qué viven? (…)

(…)Examínese por un momento una mente ordinaria en un día ordinario. Esa mente recibe miríadas de impresiones: triviales, fantásticas, evanescentes o grabadas con el filo del acero. Esas miríadas vienen de todos sitios, una lluvia incesante de átomos innumerables; y según descienden, según se transforman en la vida del lunes o del martes, el acento cae en un lugar diferente al del viejo estilo; el momento importante no viene aquí sino allí; de modo que si un escritor fuera libre y no esclavo, si pudiera escribir de acuerdo con sus elecciones y no sus obligaciones, si pudiera basar su trabajo sobre sus sentimientos y no las convenciones, no habría trama, ni comedia, ni tragedia, ni intereses amorosos o catástrofes al estilo aceptado y, tal vez, ni un sólo botón cosido al modo que quisieran los sastres de Bond Street. La vida no es una serie de farolas ordenadas simétricamente, sino un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos rodea desde el inicio de nuestra conciencia hasta su final. (…)”
Fragmentos de su ensayo La narrativa moderna

“(…) Pero es el sufrimiento común el que produce esa sensación de hermandad y no la felicidad, el esfuerzo o el deseo común. Esa "tristeza profunda" que el Dr. Hagberg Wright piensa típica del pueblo ruso es la que crea su literatura. Desde luego, una generalización de este tipo, incluso aunque verdadera en cierto grado cuando se la aplica al cuerpo de la literatura, cambia profundamente si un escritor de genio se pone a trabajar con ella. De inmediato surgen otras cuestiones. Se ve entonces que una "actitud" no es sencilla, sino compleja en grado sumo. Hombres robados de sus sacos y de sus modales, aturdidos por un accidente ferroviario, dicen cosas duras, cosas ásperas, cosas desagradables, cosas difíciles, incluso aunque las digan con el abandono y la sencillez que en ellos producen las catástrofes. Ante Chéjov, nuestras primeras impresiones no son de sencillez, sino de perplejidad. ¿Qué quiere decir, por qué extrae un cuento de esto? (…) “

((Sobre Tolstoi…)Es metropolitano, no suburbano. Sus sentidos, su intelecto, son agudos, poderosos y están bien nutridos. Hay algo de orgulloso y soberbio en el ataque que una mente y un cuerpo así lanzan sobre la vida. Nada parece escapársele. Nada escapa a su vista sin ser registrado. Por tanto, nadie puede transmitir como él la excitación del deporte, la belleza de los caballos y toda el hambre fiera por el mundo de los sentidos que posee un joven fuerte. Toda ramita, toda pluma se pega a su imán. Nota el azul o el rojo del blusón de un niño, el modo en que un caballo mueve la cola, el sonido de una tos, las acciones de un hombre que intenta meter las manos en unos bolsillos que han sido cosidos. Y lo que informa su ojo infalible sobre una tos o los trucos de unas manos su cerebro infalible lo une a algo oculto en el carácter de la gente, de modo que la conocemos no sólo por el modo en el que ama y sus puntos de vista políticos y la inmortalidad del alma, sino también por el modo en que estornuda y se atraganta. Incluso tratándose de una traducción, sentimos que nos han puesto en la cima de una montaña con un telescopio en las manos. Todo es asombrosamente claro y absolutamente nítido. Pero entonces, de pronto, justo cuando exultamos, respirando hondo, sintiéndonos a la vez fortalecidos y purificados, algún detalle -tal vez la cabeza de un hombre- nos llega, de modo alarmante, desde el cuadro, como si expulsado de allí por la intensidad misma de la vida que tiene. (…)

(…) La vida domina a Tolstói tal como el alma domina a Dostoievsky. (…)”.


Del ensayo El punto de vista ruso

de 2013. Cristales lentos a subir.

Lista de libros leídos y recordados 2013.



  • La conjura de los necios, John Kennedy Toole
  • El mapa y el territorio, Michel Houellebecq
  • Poesía completa, Anne Sexton.
  • La tumba del marinero, Luna Miguel.
  • La orientación de las hormigas, Cristian Alcaraz.
  • Mientras agonizo, William Faulkner
  • Sin noticias de Gurb, Eduardo Mendoza.
  • Almas muertas. Nikolai Gogal
  • El adolescente de Dostoiewski
  • Cuentos de F. Scott Fitzgerald
  • Paraíso inhabitado, Ana María Matute.
  • La escala de los mapas. Belén Gopegui.
  • Calle de los ladrones, Mathias Énard – Mondadori
  • Melocotones helados, Espido Freire.
  • Ebrio de enfermedad, Anatole Broyard.
  • La casa encendida, Luis Rosales.
  • La campana de cristal, Silvia Plath.
  • La dieta de los no hola, Sam Pink.
  • El hambre, Knut Hamsun.
  • Técnicas de iluminación, Eloy Tizón.
  • Una habitación propia y otros ensayos, Virginia Woolf.
  • Espadas como labios,Vicente Aleixandre.
  • Diccionario de nombres propios,  Amelie Nothomb.
  • Mercado de espejismos, Felipe Benítez Reyes.