HAMSUN, Knut. Hambre. Traducción de Kirsti Baggethun y
Asunción Lorenzo. Ediciones de la Torre, segunda edición revisada. Madrid,
2004. Original en noruego: 1890.
“(…) ¡Quédeselo, quédeselo!, respondí, ¡bien se lo ha
merecido! No es gran cosa, apenas nada, más o menos todo lo que poseo en esta
tierra. (…)”
“(…) Yo me reía, me reía y me golpeaba la rodilla como si me
hubiera vuelto loco. Y de mi garganta no salía ni un sonido, mi risa era
silenciosa y febril, intensa como un sollozo… (…)
No sentía dolor alguno, el hambre lo había sofocado; en su
lugar me sentía agradablemente vacío, indiferente a todo lo que me rodeaba y
contento de que nadie me viera. Puse las piernas por encima del banco y me eché
hacia atrás, así podía sentir mejor el poder del aislamiento. No había nube
alguna en mi mente, ni la mínima sensación de malestar, y hasta donde llegaba
mi pensamiento no tenía ni un deseo insatisfecho. Estaba tumbado con los ojos
abiertos ausente de mí mismo, me sentía deliciosamente distante. (…)”
“(…) ¡Ja! Me imaginé haber inventado una palabra nueva. Me
incorporo en la cama y digo: No existe en el idioma, yo la he inventado, kibuo. Tiene letras como cualquier
palabra. Dios mío, has inventado una palabra… kibuo… de gran significado gramatical. (…)
Podían estar escuchándome, y tenía el propósito de mantener
mi invento en secreto. Había entrado en la alegre locura del hambre; me
encontraba vacío y sin dolor, y mi pensamiento no tenía frenos. Con los saltos
más extraños en mi razonamiento, intento investigar el significado de la nueva
palabra (…)"
“(…) Iba a morir, era otoñó y todo estaba a punto de
comenzar la hibernación (…) cada vez que renacía en mí la esperanza de una
posible salvación susurraba con hostilidad: ¡Pero idiota, si ya has empezado a
morir! (…)”
“(…) Tendría que estar indescriptiblemente flaco. Y los ojos
se me estaban empezando a salir de la cabeza.
¿Qué aspecto tenía realmente? ¡También era cosa del demonio
que encima el hambre lo desfigure a uno! Una vez más noté que me invadía la
rabia, la última llamarada, una convulsión. ¡Dios nos libre de una cara así!
¿Eh? (…)”
“(…) … Escupí lejos en la acera, sin preocuparme de si
alcanzaba a alguien o no; estaba furioso, lleno de desprecio hacia esas gentes
que se frotaban unos contra otros, apareándose ante mis ojos. Levanté la cabeza
y sentí la bendición de conservar mi pureza. (…)"
“(…) La locura se apodera rabiosa de mi cerebro y yo se lo
permito, soy muy consciente de que estoy sometido a influencias sobre las que
no tengo ningún control (…)"
“(…)Kierulf, ese
comerciante de lanas que durante tanto tiempo había estado dando vueltas en mi
cerebro, ese hombre en cuya existencia creía y a quien necesitaba ver, había desaparecido
de mi memoria, había sido borrado junto con todas esas locas ocurrencias que
iban y venían por turnos. (…)”
“(…) Me acosté con la ropa mojada; tenía la vaga idea de que
probablemente moriría esa noche, y empleé mis últimas fuerzas en ordenar un
poco mi cama para que mi entorno presentara un aspecto decoroso a la mañana
siguiente. Entrelacé las manos y elegí una postura. (…)”
(…) Lo único que me molestaba un poco era el hambre, y eso a
pesar de las náuseas que sentía al ver la comida. Volví a tener unas
escandalosas ganas de comer, un voraz apetito interior que aumentaba por
momentos. Me roía despiadadamente las entrañas, con una insistencia silenciosa
y singular. Era como si una veintena de minúsculos animalitos ladearan la
cabeza para roer un poquito por un lado y luego se volvieran hacia el otro lado
y royeran otro poco, para después quedarse quietos un rato y empezar de nuevo,
penetrando sin ruido y sin prisa, y dejando trechos vacíos por donde avanzaban…
(…)"