martes, 24 de junio de 2014

Agenda Magenta. Exposiciones #Visita DF

Mi metro cuadrado, yoísmos.


Que no vemos, que no
sentimos, que a veces nos amamos, que hay abismos
y gatos y calles
de adoquines inciertos, y no se debe salir
nunca
sin una botella de agua y un abanico cuando vengas
a Madrid.















A veces la suerte le acompaña a uno, otras uno se encuentra embebido de esa suerte, embriaguez innecesaria cuando el azúcar no funciona del todo como debería.
No sé si he comentado alguna vez que se me escapa el cuerpo por la boca. Sólo hay que verme, un ratito y mucho tiempo o poco, no hace falta que sea continuado, no señor.

Yo me alimento, no crean, si hay que comer chorizo ahí voy, bien armada con un pan en una mano y una servilleta para limpiarme el sudor en la otra, porque, señores, la educación no debe perderse comiendo, así sea el manjar último de nuestra cultura ibérica -y con esto me refiero al jamón, pero manda el bolsillo.


En cualquier caso no era este el tema -el de la grasa ibérica- el que venía yo a tratar, yo venía a hablar de mi liebre, que no es sino el libro de la casualidad. Causalidad quizá, los límites son tan indiscretos que permutan los conceptos como Pedro por su casa, que es la de todos.

Amén y premisa de una experiencia de mano de María, de Agenda Magenta, como reina consorte de una propuesta excelente llevada sobre más de una espalda en donde me encontré, aun sin saber cómo o por qué; yo iba a hablar con María -hecho pendiente que debemos cuadrar en la agenda, la suya y no la magenta-  y me había visto de pronto en un pre-recorrido tentativo de lo actualmente propuesto como ruta, variable, recorrido que mi cuerpo escaso de lozanía sólo pudo atisbar.

Pero qué vistazo.Qué luz y en tanta cantidad.

La propuesta- que puede disfrutarse en estos días de aciago temporal y escasez de sitios donde guardarse de un sol desalmado- nos trae un itinerario entre las galerías cultivadas a la sombra del Reina Sofía, en la calle Doctor Fourquet.

Nuevo lugar de lugares, añejo de cultivo joven y barrica sabia, con la diabladura del viejo, donde un conjunto de espacios- llámense galerías, llamemos mejor escaparates- se coordinan al tiempo para coincidir en los horarios de apertura y cierre en el día a día, así como inicio y fin de los distintos artistas propuestos en cada espacio, comisariados o desdoblados a la avidez del artista entero.

Con sangrados y sin sanguinas iniciamos el recorrido en la Galería Bacelos, dónde hasta el 26 de julio se puede disfrutar de todo un ejercicio expositivo para volver grotesco al más pintón, porque ,señores, los reflejos engañan y arañan como resume maravillosa y exultante la exposición de Lúa Coderch, La parte que falta.

Una artista a la que le sobran comisarios, una artista que decide (propone, adecua) nuestro recorrido,-sea este más revelador, sea más opaco- cuya instalación pone un eco en cada elemento por reducido y sutil que este sea. Una artista que habita las aristas. Nada más y todo ello.

Hecho o esencia que nos rodea, que nos abraza y traslada a otras maneras de acercamiento, a otro movimiento dirigido, esta vez, por la presencia de lo ausente.

Tan dolorosa como las piezas, primero pisadas, luego ignoradas y finalmente expuestas -altura de la mirada- que desafían nuestra percepción cuando jugamos, sí, cuando jugamos con sus lindes. Y todo ello desde la suavidad del envés hasta el reflejo de la arista en el marco escrito, hasta las palabras sobrevolando su propio lugar, desde el sonido que imita, la mímesis del mimo que cose y enhebra cabellos ora blancos, luego negros tinte pez.


Aún me he dejado parte de mi cuerpo en aquél día, en esa sola sala de un recorrido que prometía un ritmo que no tolero y cuya intención y directriz espero poder realizar, más pronto que tarde y a buena hora, porque el verano en Madrid vuelve a rehacerse y tengo que recuperar los truenos de memoria que dejé allí, para poder componer el marco de nuevo, y reconstruir mis sombras.


Y qué más da lo que digan los demás, de qué, sentir, qué tesis, que sí, que compro la experiencia, que la quiero volver a vivir, que la experiencia expide, que es memorable y deja un olor a estanco, a añejo y a madera nueva sin tratar. Así, entre esos abismos, se sostiene una propuesta que baila y se burla de los grandes centros que la rodean, escondida en una luminosa galería, presa pero libre, sencillamente en su lugar, tomando la distancia adecuada.


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